Cuando los hijos se van

Por: Carlos Espina

Hoy me propongo tratar de la soledad que sobreviene a aquellas parejas que ya no tienen la encomienda de cuidar y educar a sus hijos. Tras varias décadas de sus vidas empleadas en el cuidado filial, llega otra forma de jubilación, pero esta vez aplicada a los dos miembros de la pareja simultáneamente. Ambas personas, aunque se pronuncie más en aquellas mujeres/madres que se han ocupado en exclusiva de cuidar a sus hijos, van a conocer el sentimiento de inutilidad que sobreviene cuando ya ha concluido la tarea de cuidar.

Decía Freud que hay tres tareas “imposibles” en la vida, una es la de educar, y las otras dos, sanar y gobernar. Educar, pues, es una de las funciones más  arduas a las que se pueden dedicar las personas. Como es de imaginar, educar no sólo consiste en proporcionar conocimientos, dar de comer y llevar a la escuela al hijo que crece. Comporta muchas más funciones. Orientar, dirigir explicar, persuadir deben de  ser los faros que han de guiar la educación. A ello viene a sumarse el que para ser padres, nadie enseña a hacerlo bien; ninguna de las administraciones públicas, tan celosas para otras cosas, exige ningún certificado de capacitación para tal menester. Tan solo basta con la voluntad de traer hijos al mundo, y, luego, criarlos. No es de extrañar, pues, que sobrevengan tantas situaciones problemáticas para las que los padres, no tienen más respuesta que su propia  intuición. No obstante, las parejas suelen aplicarse, con más o menos acierto, a la función encomendada.

Cuando cesa la condición de padres de manera formal, o sea, con la marcha definitiva de los hijos, aparece un enorme vacío, una pérdida,  que pone a muchos en un brete, y debe ser elaborada.  ¿Qué hacer entonces? La respuesta es aprovechar el tiempo para seguir creciendo como ser humano. El sufrimiento por esa pérdida no debe ser suprimido El tiempo vital, después, retorna a uno y allí aguardan aquellas tareas que nos causan placer y que han sido aplazadas: los viajes no realizados, las visitas postergadas, las aficiones no practicadas, tienen, ahora, su tiempo de realización. Es cuestión de dar con  nuestras prioridades. No hay que olvidar, tampoco, que el bienestar es una búsqueda que exige de planificación, si se quiere acertar. También el placer necesita de toda una infraestructura que hay que construir. Aunque el día tiene 24 horas para todos, hay muchas de esas horas que se pierden por no haber pensado antes qué hacer y cómo emplearlas. Será preciso, por tanto, reflexionar y decidir sobre lo que queremos de forma responsable. Hay muchos objetivos pendientes de realización. Habrá que pensar y escoger entre las actividades urgentes y las importantes, para que las primeras no conduzcan nuestra vida. El tiempo habrá de ser dosificado para poder llegar donde queremos, sobre todo cuando se dispone de él de forma abundante. El tiempo y su administración, una vez más; el tema más recurrente para los seres humanos, el que ha motivado más ríos de tinta. Pero esa es otra cuestión de la que trataremos en otro momento.